Ha llegado a mis manos el documental Latin Noir, del realizador griego Andreas Apostolidis, que pretende mostrar de un golpe una visión europea sobre la literatura negra o policial latinoamericana, a partir de la obra de cinco de sus autores en cinco países de América Latina y el Caribe, Cuba incluida. El acercamiento, si bien respetuoso, evidencia hasta qué punto prima en la óptica del viejo continente la visión fragmentada e inexacta de la historia y la realidad regional y, en particular, de la cubana.
La novela policial cubana es polífona, diversa, rica en matices y temas. La lista de autores cubanos de novelas policiales es muy larga y la encabezan nombres tan caros a las letras hispanoamericanas como Alejo Carpentier, Luis Rogelio Nogueras, Mayda Montero y Daniel Chavarría. Leonardo Padura es uno de ellos.
Pretender que un solo autor y
su obra resuman un género literario, no solo es temerario y absurdo. Es poco
serio para el antologista y puede que arriesgado hasta para el propio beneficiado.
Gracias a que la
literatura policial cubana ha sido tan diversa, y a que sus autores lograron
captar las luces y sombras de cada época, pasamos del héroe individual al héroe
colectivo, del héroe infalible al antihéroe, y de la individualidad protagónica
al coro de nosotros y los otros, descubriendo lo nuestro sórdido y luminoso a
la vez.
La literatura policial
cubana creció durante los últimos sesenta años buscando singularidades propias,
que otros descalifican por apartarse del canon de la industria, o porque la
consideran “politizada”, como si la otra, “despolitizada” o “apolítica” no
fuera la más cínicamente política.
No ser dogmáticos ha sido
el dogma de los escritores policiales cubanos, padres y madres de personajes inusuales,
realistas y hasta fantásticos, pero siempre novedosos, que se han movido en
diferentes espacios de una realidad compleja que, desde fuera de la isla,
siempre se simplifica, asociándola con un período de su historia reciente y con
un comunismo que nunca existió.
Pueblo mestizo y alegre como somos, en el que el choteo es parte de la idiosincrasia
nacional y un arma para la resistencia y la resiliencia, los autores policiales
cubanos suelen divertir a sus lectores y divertirse ellos mismos con un asombroso despliegue de recursos que expresan la libertad creativa con que se mueven.
La realidad que retratan o ficcionan o se inventan, es singular y única, y
no tiene nada que ver con las realidades vecinas; mucho menos cuando se enmarca
la producción literaria afín de la región en períodos signados por dictaduras
militares de seguridad nacional, implantadas de la mano de Estados Unidos.
Por el contrario, es absolutamente
coherente con nuestra realidad que los autores cubanos de literatura “negra” hayan
recreado más de una vez en sus obras el largo y cruento conflicto con Estados
Unidos. En esa guerra, casi todas las familias tenemos un “muerto”.
Ello es tan político, que
cuando Netflix realizó un filme sobre la historia de cinco agentes cubanos que perseguían
información sobre actos terroristas contra su país, la misma maquinaria que
ensalza a los correctos, desató todo su odio contra la plataforma y contra el
cineasta, el guionista y los actores que protagonizaron aquella célebre “Red
Avispa”.
Se afirma también que
Cuba está desconectada de su entorno literario internacional, ignorando como
convergen en sus ferias cientos de autores y editoriales de decenas de países, y
miles concursan anualmente en el Premio que convoca la prestigiosa Casa de las
Américas, por solo citar dos ejemplos.
Yo diría que, como parte de
la política de bloqueo impuesta por Estados Unidos, Cuba fue excluida del
entorno literario internacional a pesar que desde Cuba se impulsó la creación
de la Asociación Internacional de Autores Policiales y la Semana Negra de Gijón.
También se afirma que hoy
en Cuba no hay mercado de libros, pero se evita decir que a las editoriales cubanas les han cortado los canales de ingresos para adquirirlos, o para comprar
papel en que imprimirlos, o se les ha impedido acceder a derechos para reproducir
títulos y autores de otras latitudes, como hacíamos hasta los años 90.
Peor suerte han tenido los escritores cubanos, a quienes les han negado publicaciones por no responder a lo que exige el mercado,
pretendiendo despojarlos de su autenticidad, o imponiéndoles condiciones que,
en muchos casos, implican asumir actitudes políticas contrarias a su credo o al proyecto
político, económico y social abrazado por la inmensa mayoría del pueblo.
No es casual que algunos protagonistas de estos episodios extorsionadores pasen a recitar los diálogos del autoritario mainstream mediático,
para describir la realidad que es y la que no es, la posverdadera, mezcla de
ingredientes manipulados por las trituradoras cuchillas del sistema. Es lo que
toca, si quieres ser aceptado en esos templos y aparecer de columnista en los grandes
medios, ingresando dólares que no serán bloqueados en una cuenta offshore.
Quizás la mayoría de los cubanos y de sus escritores seamos como esos
perdedores de los que tanto gusta escribir a los novelistas policíacos. Cuando
el lector piensa que nos han derrotado, siempre volvemos para redimirnos.
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