Hace más de 30 años, al día siguiente de la caída del muro
de Berlín, cientos de periodistas se apostaron en La Habana a ver cómo caía
Cuba y hubo uno, argentino, que se las dio de oráculo y fracasó vaticinando la
hora final. Desde entonces llegaron las interrogantes agoreras y pesadas, de lo
que ocurriría “el día después de él”. Mi primera vez fue en 1992, en Moscú,
entre las ruinas de lo que quiso ser y no fue, del sueño que se perdió y
terminó suicidándose, cuando pocos apostaban por nuestro futuro y los
vaticinios catastróficos resultaban tópicos. Le respondí a mi interlocutor con
el corazón apretado en un puño, como mismo lo contuve la noche del 25 de
diciembre de 1991, cuando vi caer ante mis ojos la bandera de la hoz y el
martillo: “…después de él, para adelante, con su ejemplo y sus enseñanzas”.