Quiero seguir leyendo, compartiendo y publicando memes y chistes, incluso aquellos que nos desnudan como personas y como pueblo. Quiero morirme de la risa (mejor que de COVID-19) con el humor del color que sea, con el choteo cubano, las cámaras ocultas y los cuentos de doble sentido. Quiero poner mente positiva a todo y a todos, incluso a las colas, a las penurias, las necesarias y racionales, no a las absurdas; a esas personas que alguna vez se declararon sin decírmelo mis “enemigos”, porque les dije un par de verdades, o les pisé adrede el zapato. Veo sus caras y sus actos, y no siento más que tristeza momentánea, por ellos, por mí, y hasta soy capaz de pedirles disculpas… Pero no perdono a quienes ponen en peligro la alegría y la paz en Cuba.
¡Me cansé! ¡Nos cansamos!
La Habana no es para nada una ciudad en guerra, como muchos en el mundo creyeron la semana pasada, cuando vieron en las redes y en alguna prensa sin nombre las imágenes de un conato de altercado entre un grupo de delincuentes comunes, con carné de marginales y disconformes, y unos pocos agentes de las fuerzas del orden. No sé si alguien terminó, como debía, tras las rejas, no sé si alguien recibió una soberana patada por donde la merecía. De lo que sí estoy convencido es que ninguno de quienes violentaron el orden para lucirse ante las cámaras y mandar su mensaje perturbador al mundo, fue torturado, desaparecido o asesinado. Lo aseguro, porque eso en Cuba no sucede.
Pero… jugar con candela, tarde o temprano quema.
Hoy por la céntrica avenida 23 del Vedado habanero, vi pasar en dirección al Malecón a las tropas especiales del Ministerio del Interior, los conocidos “boinas negras”, tres minibuses y un jeep descapotable. Pensé que iban directo a bajar el telón, de una cabrona vez, al showcito de San Isidro, y estuve a punto de levantar la mano en señal de victoria. Pocos minutos después, igual de despacito y sin aspavientos, regresaban nuestros muchachos Rampa arriba…
Comprendí que se trataba de un paseo disuasivo. Pero verlos irrumpir, aunque sea muy esporádica y silenciosamente, en el paisaje apacible de nuestras calles, me devuelve la misma sensación que cuando veía a nuestros aviones sobrevolar el campo de batalla en Angola: nos ofrecían seguridad y protección, pero la guerra y la muerte seguían ahí, al acecho.
La rabia coño, paciencia, paciencia…
Quiero ser, y soy, un hombre de paz. Pero mucha sangre de generaciones y generaciones, costó la libertad y la soberanía de Cuba. Muchísima sangre, sudor, dolor y sacrificio le ha costado a nuestro pueblo haber hecho una Revolución socialista en las narices de los Estados Unidos, y tener la osadía de enfrentarnos sin miedos ni medias tintas, a como sea, a los poderes hegemónicos del capitalismo y del imperialismo mundial. Nos ganamos simplemente el derecho a existir, así de rojos y verde olivo, testarudos y comunistas, como nos dé la gana.
Quisiera tener el don del olvido, pero no creo en los puntos y aparte, en los volver a empezar de cero, en las comisiones de perdón y reconciliación… Nadie va a borrar el ejemplo revolucionario de Cuba, como no ha podido borrarse el ejemplo internacionalista del Che. No existe un gigante con la altura suficiente para erguirse sobre el ejemplo de Fidel Castro y de su tropa del Moncada, de la Sierra y de Girón, ni del pueblo que aún lo sigue todos estos años de heroísmo colectivo. Imposible olvidar o perdonar las agresiones armadas, los actos terroristas, sus víctimas mortales y mutilados de cuerpo y alma, el bloqueo para rendirnos por hambre y desesperación, las enfermedades introducidas que mataron seres humanos (centenares de niños), animales y plantas.
La opción revolucionaria cubana nació en la manigua redentora, asaltó el Moncada, se alzó en el llano y bajó de la Sierra Maestra; no vino en tanques extranjeros. La opción socialista fue la respuesta necesaria a los ataques del imperio. Y el camino comunista el horizonte de futuro que podíamos (aún podemos) construir si nos dejaran trabajar en paz.
¿Quién no quiere vivir mejor? ¿Qué pueblo no quiere comer el pan y tomar el vino (o ron) que produce con el sudor de su frente?
Ningún bloqueo, ninguna maquinaria de propaganda y mentiras, ninguna guerra sucia, fría o caliente… ningún golpe duro o blando contra la Revolución cubana, y menos unos pocos anexionistas, mercenarios o pobres de espíritu doblegarán el alma rebelde y culta de esta nación de valientes, de gente buena y bullanguera, de un pueblo que baila en las calles y hace el amor a deshora y sin permiso.
¡Qué viva la democracia capitalista!, qué les vaya bien a quienes la prefieren, pero en Cuba no hacen falta encuestas ni elecciones de las que cuestan, ni plebiscitos para contentar o convencer a alguien más allá de nuestras fronteras; no hace falta caer en la trampa de fabricar nuevos consensos, porque hay verdades que se gritan solas, alto y claro, bajo este sol del Caribe: la inmensa mayoría de los cubanos nos quedamos con nuestra Revolución socialista, perfectible, mejorable… ¡claro!
Aquí no somos fanáticos ni suicidas, pero sabemos, porque estudiamos bien la historia, la nuestra y la del mundo, y hemos pasado por todo: esclavismo, capitalismo y dictaduras sangrientas como las de Gerardo Machado y Fulgencio Batista, que Cuba no tiene una segunda ni tercera opciones al socialismo. No queremos el destino de Puerto Rico, Dominicana, ni siquiera el de Jamaica y mucho menos el de Haití. No somos Suecia ni Singapur, ni La Habana es París y mucho menos Tokio o Brasilia…
Nosotros también tenemos un sueño, muchos sueños. Nosotros también queremos a nuestros viejos, a nuestros hijos y nietos. Por ellos nos vamos a aferrar hasta con los dientes al camino que nos hemos trazado, para hacer posible esos sueños de un futuro mejor para todos.
Basta de mentiras: unos tales en un barrio de La Habana, unos “artistas” de dudosa calaña, no son Cuba, ni siquiera representan a la mayoría de los hombres y mujeres que hacen su arte verdadero en Cuba, ni siquiera a los habitantes de ese mismo barrio. Del mismo modo que la mayoría de los cibernautas cubanos, desde Cuba, somos por convicción la voz de nuestro pueblo en defensa de su Revolución, y los que más memes agradables y risueños nos inventamos y compartimos.
La suerte está echada.
Un voto triste por la hipocresía burguesa. En este archipiélago nos inventamos cada día, de cara al Sol, la democracia que queremos. Fue nuestra elección popular la que nos dio el gobierno joven y con experiencia que tenemos hoy. Revise quien quiera los listados: se trata de hombres y mujeres de todos los colores, cuyo denominador común es su preparación y su cultura, casi todos son universitarios y profesionales forjados por la Revolución y sus luchas cotidianas.
Hoy nos conminan a seguirlos, y encabezan, a pecho abierto, sin temor a exponerse, dispuestos al debate público, a trabajar con ellos para vencer la pandemia y sortear las dificultades de una economía bloqueada hasta lo absurdo, precisamente en el momento cuando debía despegar con fuerzas renovadas. En ellos confiamos, porque se lo han ganado.
Como Fidel y Raúl, ellos saben el momento exacto, si fuese necesario, de llamarnos al combate y entregarnos las armas de guerra, que todos sabemos usar. Pero ellos insisten, también como Fidel y Raúl, en que hoy son más importantes las armas del estudio, del trabajo, la ciencia y las ideas emancipadoras.
La tenemos bien difícil. Más dulce será la victoria.
El ordenamiento económico era, es, un riesgo necesario y por años calculado y estudiado por miles de esos excelentes profesionales cubanos, que han tenido en cuenta también la experiencia de otros países del mundo, no sólo la de nuestros amigos del socialismo, pero, en primer lugar, han ponderado lo que mejor conviene a la nación. La COVID-19 ha sido sólo una mala coincidencia que presupone un reto y un (otro) sacrificio mayor. ¡Los asumimos! Nos inmunizamos con nuestras propias vacunas.
La unidad que nos salva. Debía decir, y lo digo:
A como sea, porque debemos y podemos, aquí está ya el octavo congreso de nuestro único Partido, el Comunista de Cuba, no neguemos nunca el término que nos honra. Es el Partido de Martí, de Mella, de Fidel, Almeida y de Raúl, el de los brillantes Marx, Engels y Lenin… el de la Cuba libre y sus mambises y comunistas de hoy, el de la unidad verdadera, la que nos salva como pueblo.
Un congreso –tampoco se dude– en condiciones de guerra, sin tiempo para descansar o desgastarse en explicaciones ni largos documentos o discursos, sin más propaganda que la nuestra, la que nunca se diseñó en imágenes fatuas, sino en la verdad y el quehacer simple y cotidiano.
Es el congreso del Partido del pueblo, el de la confianza en esos millones de cubanos que, en los peores momentos de ayer, en Girón y el Escambray… y en las colas de hoy, sin medicamentos, alimentos, o el ron suficiente, sin playas ni carnavales, enredados aún en los dineros que no alcanzan o no se entienden bien, vamos a vender bien caras nuestras vidas, si alguien osa, desde afuera o desde adentro, tocarnos la Revolución. ¡Ni tantico así!
Queremos vivir y trabajar en paz, reírnos hasta de los peces de colores. Pero si no nos dejan, tenemos siempre la misma opción y única: ¡Patria o Muerte, Venceremos!
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