martes, noviembre 26, 2024

CUBA HA DEMOSTRADO SER FIDEL

Cuba ha demostrado ser Fidel: gigante e invencible en su terquedad de existir libre, soberana e independiente. Cuba está viva y trabaja con rabioso empeño para recuperar los servicios energéticos, como lo demostraron los trabajadores del sector. Cuba está viva cuando halla socios que arriesguen todo por proveerle combustible y repuestos; cuando acepta y acoge con agradecimiento y humildad la mano admirada que muchos le tienden.

PALABRAS DEL EMBAJADOR DE CUBA EN ARGENTINA EN LA VELADA "CUBA EN EL MUNDO ACTUAL, A 8 AÑOS DEL PASO A LA INMORTALIDAD DE FIDEL". BUENOS AIRES, 25 DE NOVIEMBRE DE 2024.

Queridos compañeros:

El pasado 20 de noviembre la Argentina conmemoró el Día de la Soberanía Nacional en recordación de la épica hazaña de los patriotas libres federales que pararon la escuadra anglo francesa en el meandro de Vuelta de Obligado, en San Pedro del Paraná, hace 179 años. Los invasores se creyeron vencedores de aquella batalla naval y terrestre. Eran apenas los prolegómenos de su admisión de la plena soberanía argentina sobre sus vías fluviales y todo su territorio, completando el proceso de independencia iniciado en 1810.

La vindicación histórica de similares derechos sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich es coherente con aquel legado, aunque haya sido un crimen la forma en que una dictadura brutal tratara de recuperarlas en 1982, para intentar lavar su rostro ante la historia, que ya la había sentenciado por sus crímenes de lesa humanidad.

Los argentinos conocieron mucho antes que los cubanos el valor de esas tres ideas vitales para cualquier pueblo resumidas en los hechos narrados: independencia, libertad, soberanía.

Cuba llegó de última a conocerlas, tras el resto de sus hermanas de América Latina. No solo llegó de última. Su guerra de independencia fue la más larga y cruenta de las contiendas americanas y en ella, hacia el final, el poder colonial desplegó más de 200 mil soldados, el doble de los que tuvo desplegados en todo el continente durante las guerras de la primera mitad de aquel siglo. Tal era la beligerancia de nuestros patriotas.

Hacia el final de la contienda Estados Unidos intervino oportunistamente, se agenció el apoyo de los exhaustos cubanos para rendir a la vencida España, y Cuba fue convertida en un protectorado con rostro de república, que no conoció ni independencia real, ni libertades plenas ni soberanía completa sobre su territorio y albedrío. Para prueba, ahí está Guantánamo.

No me detendré en más detalles de la historia. Solo quiero ubicar el momento del nacimiento del cubano que vendría a ponerse al frente de los afanes nacionales por acceder a aquellas conquistas de las que muchos presumían en Nuestra América y en el mundo, y que permanecían inalcanzables para nuestra gente: Fidel Castro Ruz.

Tampoco entraré en detalles de su vida, ampliamente pública a partir de sus virtudes, sus ideas y valores, sus hazañas, su capacidad de echarse a un pueblo a los hombros, alzarlo y conducirlo a través del tiempo, y por haber sobrevivido a más de seiscientos intentos de asesinato, a invasiones, amenaza nuclear y toda suerte de conspiraciones.

Entiendo que nos reúne hoy hablar de su sobrevida en la Cuba actual. O sobre cómo se materializa aquel coro inolvidable de la noche que lo despedíamos en la Plaza de la Revolución de La Habana, cuando ante la pregunta que lo buscaba, aquel pueblo comenzó a corear “¡Yo soy Fidel!, ¡yo soy Fidel!”.

Fidel debió sentirse feliz con aquel coro majestuoso de agradecidos. Ya había hablado de los desafíos que esperaban a Cuba en este siglo, había alertado de las veleidades que podrían significar el derrumbe del sueño revolucionario por nuestros errores y cómo impedirlo, y nos había enseñado, además, que incluso si tuviéramos que luchar por nuestros sueños aislados, cada uno debía erigirse en su propio Comandante en Jefe.

Con ese espíritu de ser, de volver a ser Fidel todos los días, Cuba enfrenta uno de los momentos más dramáticos de su historia, expresado en una guerra económica, comercial y financiera de los Estados Unidos recrudecida hasta hacer palidecer a la crueldad: un genocidio de bombas silenciosas que ha logrado debilitar la vida económica del país, nos ha privado de dinero y suministros, ha reducido nuestros recursos financieros y los salarios reales, pretendiendo rendirnos y derrocar a la revolución por hambre, sufrimiento y desesperación, como definiera en 1960 el subsecretario de Estado Lester Mallory la política de guerra sucia y sin cuartel que debía seguir su país hacia el pequeño vecino.

Una guerra que fue agravada por la infame inclusión de Cuba en una lista unilateral y espuria por la que aquel país, todavía amo del sistema financiero internacional, nos declara patrocinadores del terrorismo y, con ello, parias inelegibles de bancos, empresas y transacciones financieras en un mundo de economía globalizada y transnacionalizada, donde todo está interconectado.

En los graves daños causados por ese bloqueo al sistema electro energético y en la imposibilidad de comprar el combustible y los repuestos requeridos se han expresado los penosos apagones de este año, las caídas de la red eléctrica nacional, la constante salida de servicio de las centrales, los accidentes tecnológicos y los cortes de suministros de agua, comunicaciones y refrigeración que han llevado angustia a la vida de las familias cubanas. Otro genocidio, no como el de Gaza, pero tan dramático como silencioso.

Hablamos de un bloqueo que opera sobre los efectos dejados por la pandemia de Covid-19 sobre la isla y el mundo, que condujeron a una crisis multidimensional sin precedentes, acentuada por guerras que elevan el precio de alimentos y otras materias primas indispensables para el desarrollo de un pequeño país; que quebraron las cadenas mundiales de suministros, las rutas de navegación y la disponibilidad de barcos, puertos, contenedores y precios de los fletes y seguros.

Hablamos de un bloqueo y una crisis que agravan sus efectos cuando la isla, ubicada en una encrucijada de corrientes, vientos y mareas excepcional para el comercio y la geopolítica global, es sacudida, a merced del cambio climático que muchos niegan, por potentes huracanes que se multiplican en número, intensidad y destrucción desde que la temperatura de las aguas del Caribe subió dos grados como promedio anual. Y donde la actividad tectónica, renovada desde el gran sismo de Haití de 2010, desata terremotos como el ocurrido el pasado 10 de noviembre en el oriente cubano.

¿Cómo puede un país bloqueado, perseguido, difamado, pequeño y sin recursos, con una economía destrozada por la guerra y la crisis, resarcirse de fenómenos tan brutales que han dejado ciudades y campos a oscuras por semanas, 46 mil familias sin techo o con daños graves a sus viviendas, cientos de miles de hectáreas de cultivos arrasadas por la furia del viento y la lluvia?

¿Con qué cuenta para sobrevivir y reinventarse ese país cuya vida algunos creen pende de un hilo, al que supuestamente le ha llegado la hora final con el ascenso de formas neofascistas de poder en el mundo, que algunos se empeñan en acercar con mentiras, manipulaciones, nuevas exclusiones y mensajes de odio?

Cuba ha demostrado ser Fidel: gigante e invencible en su terquedad de existir libre, soberana e independiente.

Cuba está viva y trabaja con rabioso empeño para recuperar los servicios energéticos, como lo demostraron los trabajadores del sector. Cuba está viva cuando halla socios que arriesguen todo por proveerle combustible y repuestos; cuando acepta y acoge con agradecimiento y humildad la mano admirada que muchos le tienden.

Pero Cuba está consciente de dos lecciones bien aprendidas de Fidel: como aprendimos a sacrificarnos por los demás, seremos capaces ahora de sacrificarnos más y mejor por nosotros mismos. Por ello, como revolucionarios verdaderos, debemos emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos, y enfrentar a esas poderosas fuerzas que medran dentro y fuera del ámbito nacional para apartarnos del camino.

Parece una utopía, pero no lo es: es el destino de David, que elegimos frente al coloso Goliat que nos desprecia. Es la elección de Fidel cuando en junio de 1958 vio caer los cohetes con la inscripción “Made in USA”, lanzados por los aviones de la dictadura batistiana contra las casas de los campesinos de la Sierra Maestra: suyo y nuestro destino verdadero: luchar contra el imperialismo donde quiera que esté, que es luchar por la libertad, la independencia y la soberanía de todos.

En la Cuba que ha trabajado heroicamente en estas semanas; en las brigadas de linieros que se movilizaban desde el Oriente hasta el Occidente en medio de la tempestad, después de haber reparado los daños en una parte de la isla para estar primeros en la reconstrucción de la segunda; en los ciudadanos organizados en sus Comités de Defensa de la Revolución -fundados por Fidel para unir y defender a los barrios- y en los combatientes de las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior que desplegaron su mejores armas, las del trabajo junto con el pueblo al que defienden, salió una vez más el Comandante en Jefe a poner cara al desafío.

Lo inexplicable resulta que, en medio del destrozo, de las carencias, de lo inasible del mundo material, Cuba viva, se levante cada día con el sol, lea, juegue, cante, baile, enamore, discuta y hasta se enfrente a lo peor de si misma con una fe tan descomunal que no se creería si la existencia de la Revolución y el respaldo del pueblo no la explicaran. Carlos (Raimundi) se refería a ello. Si la cultura no fuera ese refugio maternal de la Patria donde se forjan a diario el escudo y la espada con que nos defendemos y avanzamos, sería imposible explicar tanta sobrevida a guerras, bloqueos, crisis y huracanes. Cultura y libertad, a la par, alimentándose la una a la otra. Cultos y libres, porque ese es el único modo de ser. Cultos porque aprendimos a leer, escribir y pensar antes de creer. Libres, porque pudimos cuando creímos, lo hicimos con cabeza propia. Y eso también se lo debemos a Fidel.

Así se explican los anuncios de nuevos medicamentos descubiertos y desarrollados por la ciencia y la industria nacional, el milagro de la tercera bienal de las artes más importante del mundo y del Festival de Cine Latinoamericano más importante de la región, todo a continuación del desastre. Solo así se explica que la juventud que alborota las aulas en la semana, se vaya sábados y domingos en medio de sus cantos y risas a poner su mano junto a los que hacen producir la tierra.

Hay quien dirá que narro una historia homérica, y puede que sí (aunque mejor sería una historia prehispánica). En el futuro, los cubanos que hablen de nosotros como sus antiguos, recordarán esas hazañas con gratitud. Y hablarán como en nuestro tiempo de las doloras heridas: de las ciudades donde caían edificios y el transporte automotor casi no circulaba, de los campos donde languidecían cultivos sin tractores y se expandían arbustos espinosos, y de la gente que bajaba de peso, y los antibióticos que no alcanzaban. Y todo eso nos parecerán medallas de una porfía en la que vencimos, porque era y es nuestra única opción, porque Fidel nos educó en no rendirnos ni sentirnos derrotados, en saber que siempre se podía y que no había en el mundo fuerza superior a la de la moral y las ideas.

Y los críticos dirán que fue una revolución en harapos, que empobreció a la gente. Les respondería con unas palabras del gran escritor cubano José Lesama Lima: “Entre las mejores cosas de la Revolución Cubana, reaccionando contra la era de la locura que fue la etapa de la disipación, de la falsa riqueza, está el haber traído de nuevo el espíritu de la pobreza irradiante, del pobre sobreabundante por los dones del espíritu […] Desde los espejuelos modestos de Varela, hasta la levita de las oraciones solemnes de Martí, todos nuestros hombres esenciales fueron pobres. Claro que hubo hombres ricos […] que participaron en el proceso ascensional de la nación. Pero comenzaron por quemar su riqueza, por morirse en el destierro, por dar en toda la extensión de sus campiñas un campanazo que volvía a la pobreza más esencial”.

Fidel fue uno de ellos. Por eso, cuando pedía un sacrificio, había que seguirlo, porque él había hecho antes los mayores. Le atribuyeron riquezas materiales desmesuradas. Como un Quijote retó a un duelo de evidencias a sus detractores. Nunca hallaron más millones que los corazones enamorados de los cubanos y del mundo. Nunca abandonó su vida espartana de guerrillero del tiempo, como lo calificó su biógrafa. Él nos enseñó a obedecer con humildad el precepto martiano de que la pobreza pasa, pero no la deshonra que con su pretexto arrojan sobre si los hombres; que era preferible vivir pobres pero honrados y dignos, y que todas las riquezas y glorias del mundo cabían en un grano de maíz. Su lecho final es una dura roca con cinco letras. Ni túmulos ni monumentos.

Los cubanos en Argentina agradecemos a los nobles hijos de esta tierra, de espíritu gaucho, que han hecho de la amistad, la lealtad y la defensa de Cuba y de Fidel, parte de su propia causa y motor de sus propias ideas y sueños. En particular, agradezco profundamente a Mundo Sur y a la CTA por esta convocatoria. Siempre los acompañaremos en sus luchas.

No vamos a renunciar a la libertad, a la independencia y a la soberanía, ni vamos a permitir que se apropien de esos tan elevados conceptos, para privarnos de su goce, ni de los frutos que nazcan de nuestros propios esfuerzos en relación con un mundo que nos acepte, respete y abrace como somos, así como nosotros abrazamos a los demás, porque a nadie le pedimos lo contrario parea que se relacione con nosotros.

Nuestra frontera está en los enemigos de la libertad, la independencia y la soberanía de los pueblos, en los que reprimen y matan sin piedad, en los que financian y urden las guerras, en los que dividen y enfrentan entre sí a los pueblos.

Tampoco renunciaremos a ser zurdos, de izquierda, revolucionarios, martianos, socialistas y comunistas. Abrazamos libremente esas ideas, trabajamos en perfeccionarlas, porque ninguna obra humana es perfecta y no podemos estar satisfechos con lo que no cambia cuando deba ser cambiado.

No presumimos de faros, ni de dueños de la luz, aunque los pueblos de América nos hayan elegido como tal. Pero sí defenderemos hasta las últimas consecuencias la estrella que brilla en el triángulo de nuestra bandera, símbolo de la pureza y unidad que Fidel encarnó como pocos cubanos.

En poco tiempo será el centenario del Gigante, del Barbudo, del Caballo, del Comandante, de Fidel. Lo seguiremos viendo marchar entre nosotros, sus agradecidos, con su uniforme de campaña y su rombo rojinegro. Intentaremos alzarnos todos los días hasta su altura, aprendiendo de su sabiduría y de su conducta ética, política y valor, hasta que nos duela, y mucho más.

Tengan la seguridad que Cuba sigue a bordo del yate de la revolución, que hace 68 años zarpó de Tuxpan con su jefe, y sigue navegando los mares procelosos de su tiempo.

¡Vive Fidel!

 

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