Cuba ha demostrado ser Fidel: gigante e invencible en su terquedad de existir libre, soberana e independiente. Cuba está viva y trabaja con rabioso empeño para recuperar los servicios energéticos, como lo demostraron los trabajadores del sector. Cuba está viva cuando halla socios que arriesguen todo por proveerle combustible y repuestos; cuando acepta y acoge con agradecimiento y humildad la mano admirada que muchos le tienden.
PALABRAS DEL EMBAJADOR DE CUBA EN ARGENTINA EN LA VELADA "CUBA EN EL MUNDO ACTUAL, A 8 AÑOS DEL PASO A LA INMORTALIDAD DE FIDEL". BUENOS AIRES, 25 DE NOVIEMBRE DE 2024.
Queridos compañeros:
El pasado 20 de noviembre la Argentina conmemoró el Día de la Soberanía Nacional en recordación de la épica hazaña de los patriotas libres federales que pararon la escuadra anglo francesa en el meandro de Vuelta de Obligado, en San Pedro del Paraná, hace 179 años. Los invasores se creyeron vencedores de aquella batalla naval y terrestre. Eran apenas los prolegómenos de su admisión de la plena soberanía argentina sobre sus vías fluviales y todo su territorio, completando el proceso de independencia iniciado en 1810.
La vindicación histórica de similares derechos sobre las
islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich es coherente con aquel legado, aunque haya sido un crimen la forma en que una dictadura brutal tratara de
recuperarlas en 1982, para intentar lavar su rostro ante la historia, que ya la
había sentenciado por sus crímenes de lesa humanidad.
Los argentinos conocieron mucho antes que los cubanos el
valor de esas tres ideas vitales para cualquier pueblo resumidas en los hechos narrados: independencia,
libertad, soberanía.
Cuba llegó de última a conocerlas, tras el resto de sus
hermanas de América Latina. No solo llegó de última. Su guerra de independencia
fue la más larga y cruenta de las contiendas americanas y en ella, hacia el
final, el poder colonial desplegó más de 200 mil soldados, el doble de los que
tuvo desplegados en todo el continente durante las guerras de la primera mitad
de aquel siglo. Tal era la beligerancia de nuestros patriotas.
Hacia el final de la contienda Estados Unidos intervino
oportunistamente, se agenció el apoyo de los exhaustos cubanos para rendir a la
vencida España, y Cuba fue convertida en un protectorado con rostro de
república, que no conoció ni independencia real, ni libertades plenas ni
soberanía completa sobre su territorio y albedrío. Para prueba, ahí está
Guantánamo.
No me detendré en más detalles de la historia. Solo quiero
ubicar el momento del nacimiento del cubano que vendría a ponerse al frente de los
afanes nacionales por acceder a aquellas conquistas de las que muchos presumían
en Nuestra América y en el mundo, y que permanecían inalcanzables para nuestra
gente: Fidel Castro Ruz.
Tampoco entraré en detalles de su vida, ampliamente pública a
partir de sus virtudes, sus ideas y valores, sus hazañas, su capacidad de
echarse a un pueblo a los hombros, alzarlo y conducirlo a través del tiempo, y
por haber sobrevivido a más de seiscientos intentos de asesinato, a invasiones,
amenaza nuclear y toda suerte de conspiraciones.
Entiendo que nos reúne hoy hablar de su sobrevida en la Cuba
actual. O sobre cómo se materializa aquel coro inolvidable de la noche que lo
despedíamos en la Plaza de la Revolución de La Habana, cuando ante la pregunta
que lo buscaba, aquel pueblo comenzó a corear “¡Yo soy Fidel!, ¡yo soy Fidel!”.
Fidel debió sentirse feliz con aquel coro majestuoso de
agradecidos. Ya había hablado de los desafíos que esperaban a Cuba en este
siglo, había alertado de las veleidades que podrían significar el derrumbe del
sueño revolucionario por nuestros errores y cómo impedirlo, y nos había
enseñado, además, que incluso si tuviéramos que luchar por nuestros sueños
aislados, cada uno debía erigirse en su propio Comandante en Jefe.
Con ese espíritu de ser, de volver a ser Fidel todos los
días, Cuba enfrenta uno de los momentos más dramáticos de su historia,
expresado en una guerra económica, comercial y financiera de los Estados Unidos
recrudecida hasta hacer palidecer a la crueldad: un genocidio de bombas
silenciosas que ha logrado debilitar la vida económica del país, nos ha privado
de dinero y suministros, ha reducido nuestros recursos financieros y los
salarios reales, pretendiendo rendirnos y derrocar a la revolución por hambre,
sufrimiento y desesperación, como definiera en 1960 el subsecretario de Estado Lester
Mallory la política de guerra sucia y sin cuartel que debía seguir su país
hacia el pequeño vecino.
Una guerra que fue agravada por la infame inclusión de Cuba
en una lista unilateral y espuria por la que aquel país, todavía amo del sistema
financiero internacional, nos declara patrocinadores del terrorismo y, con
ello, parias inelegibles de bancos, empresas y transacciones financieras en un
mundo de economía globalizada y transnacionalizada, donde todo está
interconectado.
En los graves daños causados por ese bloqueo al sistema electro
energético y en la imposibilidad de comprar el combustible y los repuestos requeridos
se han expresado los penosos apagones de este año, las caídas de la red
eléctrica nacional, la constante salida de servicio de las centrales, los
accidentes tecnológicos y los cortes de suministros de agua, comunicaciones y
refrigeración que han llevado angustia a la vida de las familias cubanas. Otro genocidio,
no como el de Gaza, pero tan dramático como silencioso.
Hablamos de un bloqueo que opera sobre los efectos dejados
por la pandemia de Covid-19 sobre la isla y el mundo, que condujeron a una
crisis multidimensional sin precedentes, acentuada por guerras que elevan el
precio de alimentos y otras materias primas indispensables para el desarrollo
de un pequeño país; que quebraron las cadenas mundiales de suministros, las
rutas de navegación y la disponibilidad de barcos, puertos, contenedores y precios
de los fletes y seguros.
Hablamos de un bloqueo y una crisis que agravan sus efectos
cuando la isla, ubicada en una encrucijada de corrientes, vientos y mareas
excepcional para el comercio y la geopolítica global, es sacudida, a merced del
cambio climático que muchos niegan, por potentes huracanes que se multiplican
en número, intensidad y destrucción desde que la temperatura de las aguas del
Caribe subió dos grados como promedio anual. Y donde la actividad tectónica,
renovada desde el gran sismo de Haití de 2010, desata terremotos como el
ocurrido el pasado 10 de noviembre en el oriente cubano.
¿Cómo puede un país bloqueado, perseguido, difamado, pequeño
y sin recursos, con una economía destrozada por la guerra y la crisis, resarcirse
de fenómenos tan brutales que han dejado ciudades y campos a oscuras por semanas,
46 mil familias sin techo o con daños graves a sus viviendas, cientos de miles
de hectáreas de cultivos arrasadas por la furia del viento y la lluvia?
¿Con qué cuenta para sobrevivir y reinventarse ese país cuya
vida algunos creen pende de un hilo, al que supuestamente le ha llegado la hora
final con el ascenso de formas neofascistas de poder en el mundo, que algunos se
empeñan en acercar con mentiras, manipulaciones, nuevas exclusiones y mensajes
de odio?
Cuba ha demostrado ser Fidel: gigante e invencible en su
terquedad de existir libre, soberana e independiente.
Cuba está viva y trabaja con rabioso empeño para recuperar
los servicios energéticos, como lo demostraron los trabajadores del sector.
Cuba está viva cuando halla socios que arriesguen todo por proveerle
combustible y repuestos; cuando acepta y acoge con agradecimiento y humildad la
mano admirada que muchos le tienden.
Pero Cuba está consciente de dos lecciones bien aprendidas de
Fidel: como aprendimos a sacrificarnos por los demás, seremos capaces ahora de
sacrificarnos más y mejor por nosotros mismos. Por ello, como revolucionarios
verdaderos, debemos emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios
esfuerzos, y enfrentar a esas poderosas fuerzas que medran dentro y fuera del
ámbito nacional para apartarnos del camino.
Parece una utopía, pero no lo es: es el destino de David, que
elegimos frente al coloso Goliat que nos desprecia. Es la elección de Fidel
cuando en junio de 1958 vio caer los cohetes con la inscripción “Made in USA”,
lanzados por los aviones de la dictadura batistiana contra las casas de los
campesinos de la Sierra Maestra: suyo y nuestro destino verdadero: luchar
contra el imperialismo donde quiera que esté, que es luchar por la libertad, la
independencia y la soberanía de todos.
En la Cuba que ha trabajado heroicamente en estas semanas; en
las brigadas de linieros que se movilizaban desde el Oriente hasta el Occidente
en medio de la tempestad, después de haber reparado los daños en una parte de
la isla para estar primeros en la reconstrucción de la segunda; en los ciudadanos
organizados en sus Comités de Defensa de la Revolución -fundados por Fidel para
unir y defender a los barrios- y en los combatientes de las Fuerzas Armadas y
el Ministerio del Interior que desplegaron su mejores armas, las del trabajo
junto con el pueblo al que defienden, salió una vez más el Comandante en Jefe a
poner cara al desafío.
Lo inexplicable resulta que, en medio del destrozo, de las
carencias, de lo inasible del mundo material, Cuba viva, se levante cada día
con el sol, lea, juegue, cante, baile, enamore, discuta y hasta se enfrente a
lo peor de si misma con una fe tan descomunal que no se creería si la
existencia de la Revolución y el respaldo del pueblo no la explicaran. Carlos
(Raimundi) se refería a ello. Si la cultura no fuera ese refugio maternal de la
Patria donde se forjan a diario el escudo y la espada con que nos defendemos y
avanzamos, sería imposible explicar tanta sobrevida a guerras, bloqueos, crisis
y huracanes. Cultura y libertad, a la par, alimentándose la una a la otra.
Cultos y libres, porque ese es el único modo de ser. Cultos porque aprendimos a
leer, escribir y pensar antes de creer. Libres, porque pudimos cuando creímos,
lo hicimos con cabeza propia. Y eso también se lo debemos a Fidel.
Así se explican los anuncios de nuevos medicamentos descubiertos
y desarrollados por la ciencia y la industria nacional, el milagro de la
tercera bienal de las artes más importante del mundo y del Festival de Cine
Latinoamericano más importante de la región, todo a continuación del desastre.
Solo así se explica que la juventud que alborota las aulas en la semana, se
vaya sábados y domingos en medio de sus cantos y risas a poner su mano junto a
los que hacen producir la tierra.
Hay quien dirá que narro una historia homérica, y puede que
sí (aunque mejor sería una historia prehispánica). En el futuro, los cubanos
que hablen de nosotros como sus antiguos, recordarán esas hazañas con gratitud.
Y hablarán como en nuestro tiempo de las doloras heridas: de las ciudades donde
caían edificios y el transporte automotor casi no circulaba, de los campos
donde languidecían cultivos sin tractores y se expandían arbustos espinosos, y de
la gente que bajaba de peso, y los antibióticos que no alcanzaban. Y todo eso
nos parecerán medallas de una porfía en la que vencimos, porque era y es nuestra
única opción, porque Fidel nos educó en no rendirnos ni sentirnos derrotados, en
saber que siempre se podía y que no había en el mundo fuerza superior a la de
la moral y las ideas.
Y los críticos dirán que fue una revolución en harapos, que
empobreció a la gente. Les respondería con unas palabras del gran escritor
cubano José Lesama Lima: “Entre las mejores cosas de la Revolución Cubana,
reaccionando contra la era de la locura que fue la etapa de la disipación, de
la falsa riqueza, está el haber traído de nuevo el espíritu de la pobreza
irradiante, del pobre sobreabundante por los dones del espíritu […] Desde los
espejuelos modestos de Varela, hasta la levita de las oraciones solemnes de
Martí, todos nuestros hombres esenciales fueron pobres. Claro que hubo hombres
ricos […] que participaron en el proceso ascensional de la nación. Pero
comenzaron por quemar su riqueza, por morirse en el destierro, por dar en toda
la extensión de sus campiñas un campanazo que volvía a la pobreza más esencial”.
Fidel fue uno de ellos. Por eso, cuando pedía un sacrificio,
había que seguirlo, porque él había hecho antes los mayores. Le atribuyeron
riquezas materiales desmesuradas. Como un Quijote retó a un duelo de evidencias
a sus detractores. Nunca hallaron más millones que los corazones enamorados de
los cubanos y del mundo. Nunca abandonó su vida espartana de guerrillero del
tiempo, como lo calificó su biógrafa. Él nos enseñó a obedecer con humildad el
precepto martiano de que la pobreza pasa, pero no la deshonra que con su
pretexto arrojan sobre si los hombres; que era preferible vivir pobres pero
honrados y dignos, y que todas las riquezas y glorias del mundo cabían en un
grano de maíz. Su lecho final es una dura roca con cinco letras. Ni túmulos ni
monumentos.
Los cubanos en Argentina agradecemos a los nobles hijos de
esta tierra, de espíritu gaucho, que han hecho de la amistad, la lealtad y la
defensa de Cuba y de Fidel, parte de su propia causa y motor de sus propias
ideas y sueños. En particular, agradezco profundamente a Mundo Sur y a la CTA
por esta convocatoria. Siempre los acompañaremos en sus luchas.
No vamos a renunciar a la libertad, a la independencia y a la
soberanía, ni vamos a permitir que se apropien de esos tan elevados conceptos,
para privarnos de su goce, ni de los frutos que nazcan de nuestros propios
esfuerzos en relación con un mundo que nos acepte, respete y abrace como somos,
así como nosotros abrazamos a los demás, porque a nadie le pedimos lo contrario
parea que se relacione con nosotros.
Nuestra frontera está en los enemigos de la libertad, la
independencia y la soberanía de los pueblos, en los que reprimen y matan sin
piedad, en los que financian y urden las guerras, en los que dividen y enfrentan
entre sí a los pueblos.
Tampoco renunciaremos a ser zurdos, de izquierda, revolucionarios,
martianos, socialistas y comunistas. Abrazamos libremente esas ideas,
trabajamos en perfeccionarlas, porque ninguna obra humana es perfecta y no podemos
estar satisfechos con lo que no cambia cuando deba ser cambiado.
No presumimos de faros, ni de dueños de la luz, aunque los
pueblos de América nos hayan elegido como tal. Pero sí defenderemos hasta las
últimas consecuencias la estrella que brilla en el triángulo de nuestra
bandera, símbolo de la pureza y unidad que Fidel encarnó como pocos cubanos.
En poco tiempo será el centenario del Gigante, del Barbudo, del
Caballo, del Comandante, de Fidel. Lo seguiremos viendo marchar entre nosotros,
sus agradecidos, con su uniforme de campaña y su rombo rojinegro. Intentaremos
alzarnos todos los días hasta su altura, aprendiendo de su sabiduría y de su conducta
ética, política y valor, hasta que nos duela, y mucho más.
Tengan la seguridad que Cuba sigue a bordo del yate de la
revolución, que hace 68 años zarpó de Tuxpan con su jefe, y sigue navegando los
mares procelosos de su tiempo.
¡Vive Fidel!
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