La televisión hizo milagros esta noche en millones de venezolanos. Esta
noche la Universidad de La Habana penetró a los hogares de Venezuela. En la
mañana ingresó primero con el recuento del gesto de Antonio Maceo y la leyenda en
Mangos de Baraguá, donde se juró hace 137 años que no habría patria sin
independencia ni libertad verdadera. Ante la convocatoria, en horas se reúnen
los artistas, los líderes populares y morales, los héroes y el pueblo. No hay
mayor urgencia que proteger al hermano, que tenderle la mano y decirle: “no
estás solo, estamos contigo”. Tantas veces otros lo hicieron con nosotros.
Miles
vivaquean y baten banderas por la memoria de Chávez, por Maduro, por el pueblo
acosado. Un cartel escrito a mano y con apuro recuerda a Martí: “deme Venezuela
en qué servirla, que en mi tiene a un hijo”. Es la voz de la Cuba profunda que
carga a diario con sus dificultades y esperanzas, pero que no traiciona, no es
desleal, ingrata, ni abandona; para la cual, el amor es lo único que importa. He
estado allí, en la plaza frente a la escalinata memoriosa. He cantado y gritado
¡Viva Venezuela! He visto a estudiantes, colaboradores y diplomáticos
venezolanos emocionarse de gratitud. Los que andan en busca de enemigos y
amenazas no saben de los asuntos del corazón y la paz. La Habana muestra una
vez más cuál es el único camino posible.
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