
Conocí a Diaz-Canel en abril de 1992, en ocasión del VI congreso de la UJC. Hacía pocos meses había regresado de Moscú, donde por casi dos años reporté como corresponsal el derrumbe del socialismo soviético. Por aquel entonces, la organización juvenil cubana desafiaba las cábalas del derrumbe y, conducida por el Partido y Fidel, se había tomado las plazas y calles de la Isla, pero no para derribar al gobierno o las estatuas, como se veía en las noticias de Europa, sino para defender a Cuba socialista. Ya era un líder popular entre los jóvenes. Las muchachitas suspiraban por su figura espigada y atlética. Los varones buscaban competir con su afilada locuacidad.