En los Estados Unidos, la sociedad civil creíble, la que el Estado reconoce, acepta la Constitución que reza “Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una Unión más perfecta…” y en sus 27 enmiendas, y no se propone cambiarla, como tampoco alterar el orden político, económico y social por ella determinado, a pesar de lo cual, nadie es tachado de “oficialista”.
Por eso el sistema la admite y la premia, porque exalta sus principios y valores, y los ciudadanos estadounidenses viven orgullosos de ello, aunque a otros moleste. Algunos reciben fondos del Gobierno, otros de las empresas, terceros de donaciones y cuartos los gestionan vendiendo botones de solapas en las esquinas. En Cuba, para que la sociedad civil sea creíble, tiene que desconocer y rechazar la Constitución que dice “Cuba es un Estado socialista de trabajadores, independiente y soberano, organizado con todos y para el bien de todos…” También tiene que exigir la derogación o cambio de dicha Constitución por otra que altere el orden político, económico y social que esta fijó. Por eso el sistema estadounidense solo reconoce y premia a los que critiquen, denuesten y se opongan a sus principios y valores. De lo contrario, serán peyorativamente tratados de oficialistas y su orgullo será un fundamentalismo. La sociedad civil cubana que pase este examen de credibilidad –unas decenas de organizaciones de escasa representatividad ciudadana-, será financiada, organizada y dirigida por las instituciones del gobierno y de la sociedad civil creíble estadounidense. En Cuba existen más de 5 mil organizaciones de la sociedad civil, registradas y reconocidas ante la ley, dedicadas a infinitos menesteres e integradas por millones de personas, pero tan orgullosas, amantes y defensoras de la Patria forjada y de sus valores como lo son las estadounidenses: no son creíbles.
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