En
1982 los Estados Unidos decidieron unilateralmente incluir a Cuba en una lista
propia de estados patrocinadores del terrorismo. Curiosamente, en esa lista
nunca estuvo –ni ha estado- Israel, que ya había lanzado dos guerras y
numerosas oleadas de terror contra el pueblo palestino. Tampoco estaban las
dictaduras militares de Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay, Brasil, Guatemala
y El Salvador, que por entonces asesinaban y desaparecían a decenas de miles de
latinoamericanos.
Jamás incluyeron al régimen del apartheid, autor de
monstruosas masacres como la de Soweto. Los Estados Unidos basaban su acusación
en la presencia en Cuba de unos exmilitantes de la organización nacionalista
vasca ETA, que el gobierno español de Felipe González había solicitado que
recibiéramos, en el marco de su estrategia para desactivar el conflicto con el
País Vasco, a lo que Cuba accedió. Luego añadieron otro argumento: la presencia
en la isla de un reducido puñado, apenas puñado, de refugiados políticos
estadounidenses (en todos los casos, exluchadores por los derechos civiles
acogidos al derecho de asilo) a los que se acusaba ante la justicia por
presuntos actos terroristas. Y finalmente, trataron de evidenciar una
artificial conexión con los guerrilleros colombianos de las FARC, los mismos
que hoy se reúnen con su gobierno en Cuba para buscar la paz.
Desde
1959 una larga lista de torturadores, criminales de guerra y prófugos de la
justicia cubana encontraron refugio en Estados Unidos. Allá se fueron a
terminar sus días desde el tirano Batista y sus sicarios, hasta expresidentes
mafiosos como Prío Socarrás, garroteros y delincuentes de toda laya. Allí
encontraron abrigo traidores y desertores que devinieron terroristas como Pedro
Díaz Lanz (que bombardeó La Habana) y al ahora escribiente Carlos Alberto
Montaner, que anduvo poniendo bombas en cines habaneros. Decenas de
organizaciones terroristas fueron creadas por la CIA y entrenadas en cuarteles
especiales creados en la Florida y entre otras iniciativas, lanzaron una
invasión mercenaria, ejecutaron ametrallamientos costeros e inventaron los
secuestros de aeronaves y embarcaciones. Muchos de esos grupos –Rosa Blanca, Comandos-L, CORU, Alpha 66-
cometieron graves actos terroristas en Cuba. Fueron tan capaces esos
terroristas que se dice que algunos integraron el comando que ejecutó el
asesinato de Kennedy en 1963. En 1976, uno de esos grupos terroristas,
encabezado por el agente CIA Luis Posada Carriles, quien ya había hecho
expediente como torturador en Venezuela, explotó en pleno vuelo a un avión
civil de pasajeros cubano y desde entonces ha andado escapándose de la
justicia, entrenando a represores en El Salvador y Guatemala, o urdiendo nuevos
atentados contra dirigentes cubanos. Cinco mil 577 cubanos han sido víctimas directas
del terrorismo financiado, organizado, entrenado y dirigido desde Estados
Unidos contra Cuba. Suman millones de
dólares los daños materiales. Pero Cuba, el país agredido y aterrorizado, está
en su lista de patrocinadores del terrorismo. ¿Pueden establecerse relaciones
diplomáticas en esas condiciones?
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