El periódico Granma tuvo tres
corresponsales permanentes en Moscú, José Gabriel Gumá,
Nidia Díaz y el último de ellos fue Pedro Prada, entre 1990
y 1992, donde fue testigo de uno de los acontecimientos más
trágicos y terribles del siglo XX: la desintegración de la
Unión Soviética, lo que dio paso a un mundo unipolar y al
fortalecimiento de la hegemonía de Estados Unidos en todo el
mundo.
Agradezco al compañero Prada, quien se
desempeñó hasta hace poco como embajador de Cuba en El
Salvador, que hubiese pensado y solicitado a mi persona que
hiciese algunos comentarios sobre su último libro. Y lo hago
con sumo placer, sobre todo porque, tras la lectura de esta
obra, considero que es muy valiosa por lo que expone en
hechos y argumentos tanto para la generación que vivió esa
parte amarga de la historia de la humanidad como para los
pinos nuevos que necesitan conocer este espinoso tema. Y
hacerlo en la redacción de Granma, donde ambos pertenecimos
al equipo de la página internacional, es también un grato
placer.
No se trata, como cualquiera pudiese
pensar, de que este libro es una reproducción de los
trabajos escritos por Prada y que publicó en las páginas de
Granma hace ya un cuarto de siglo. Requirió varios años de
elaboración, aunque la base fueron sus vivencias como
corresponsal en Moscú. En una nota a pie de página, su autor
señala que la versión original del libro fue escrita por vez
primera en 1993 a tres manos, junto al analista militar
Ángel Álvarez, ya fallecido, y Alberto Alvariño Atiénzar,
actualmente vicejefe del Departamento Ideológico. Prada tuvo
a su cargo la redacción definitiva del texto. Lo revisó y lo
reescribió varias veces. Hay múltiples vivencias del
reportero, pero junto a ello hay un caudal apreciable de
meditación, reflexión y acertados análisis que hacen posible
acercarnos a comprender las complejidades del proceso que se
desarrolló en la Unión Soviética y que asestó un golpe a la
edificación socialista en ese país y en Europa. Los
antecedentes históricos están muy presentes: porque una
acumulación de errores, algunos graves, arrastrados desde
los inicios de la Revolución de Octubre, influyeron en la
situación de la Unión Soviética de la década de los 80, que
en medio de un estancamiento necesitaba, ciertamente, una
rectificación constructiva. Pero lo que ocurrió es que hubo
una supuesta rectificación, instrumentada en lo que llamaron
la perestroika y la glasnost, que acabó con grandes
conquistas alcanzadas por el pueblo trabajador de ese
inmenso país.
Contribuyeron al derrumbe todo un abanico
de figuras políticas y militares soviéticas, y también
gobiernos de los principales países occidentales,
encabezados por Estados Unidos y Gran Bretaña, que
elaboraron estrategias injerencistas con tal finalidad y
pusieron en manos de sus servicios de inteligencia
cuantiosos recursos financieros para propiciar la subversión
y derribar el Poder soviético. Solo la CIA, como lo apunta
Prada en uno de los capítulos, tenía un presupuesto de 30
mil millones de dólares destinado a tales fines.
Para el autor del libro, Gorbachov tuvo
una gran responsabilidad en todo lo acontecido. Cita como
este ingeniero y abogado, en quien habían puesto sus ojos
los servicios especiales británicos, y como lo expresó en
1991 la entonces primera ministra de Gran Bretaña, Margaret
Thatcher, fue el elegido por Occidente para inducir dentro
de la URSS las transformaciones que aseguraran los intereses
de hegemonía capitalista mundial. Aunque ciertamente, como
dice Prada, los hombres no hacen la historia, pero ejercen
una influencia inimaginable en su curso, es irrebatible que
Gorbachov y su equipo burocrático contribuyeron desde el
Kremlin y desde la máxima dirección del Partido Comunista, a
partir de 1985, a crear el caos que llevó a que el 25 de
diciembre de 1991 fuese arriada la bandera de la hoz y el
martillo del Kremlin y se anunciase la desintegración de la
URSS. Pero hay muchos otros culpables que se citan en el
libro, entre ellos Boris Yeltsin, sin instintos democráticos
y aspiraciones de Führer, Alexander Yakoliev, secretario
ideológico del PCUS, y Eduard Shevarnadze, ministro de
Relaciones Exteriores, quienes tuvieron un mayor poder en
el país tras la debacle.
Quiero citar un párrafo de esta obra que
pone de manifiesto la sensibilidad política, humana y
periodística de Pedro Prada sobre lo ocurrido ese Día de
Navidad: “Yo estaba allí, entre la multitud de partidarios y
detractores de aquel acontecimiento, en la Plaza Roja,
helado en medio de la nieve, el frío, con el corazón
apretado y los sentimientos puestos, no en lo que no tenía
remedio, sino en lo que podía pasar en Cuba…Al llegar a la
corresponsalía me senté a escribir con furia y solo cuando
terminé y revisé el texto, me percaté que las lágrimas
corrían por mi rostro. Mi mente voló de inmediato a la Isla,
a mi Plaza, siempre engalanada con Martí, sus palmas y
banderas, y sentí miedo de no aprender suficientemente la
lección”.
Si algunas novedades hay en Crónicas del
derrumbe… es necesario referir los análisis hechos sobre las
Fuerzas Armadas Soviéticas y el Partido Comunista de la
Unión Soviética. Dan respuesta a interrogantes que muchos se
han hecho en Cuba y en el mundo. ¿Cómo fue posible que no
hayan podido ser capaces de defender la gloria de esa
Revolución? ¿Qué ocurrió para que en un corto tiempo se
produjese un deterioro político-ideológico y moral en el
Ejército y la flota? Instructivas y apasionantes son las
consideraciones del autor del libro en esos temas
esenciales.
En estas breves pinceladas no podría
faltar algo de gran interés para aquellos que tenemos
funciones y responsabilidades en la prensa: la glasnost.
Aunque han transcurrido ya casi 25 años, lo ocurrido en la
Unión Soviética en ese terreno, merece atención y estudio
para evitar su repetición en otros escenarios. Prada
incursiona en diferentes momentos sobre esa cuestión. Y así
expresa:
“Como parte y médula de la perestroika, se
puso en marcha otro proceso al cual se denominó glasnost
–transparencia informativa—cuyo pretendido objetivo era
sacudir el conservadorismo y el inmovilismo prevalecientes
en el Partido y en el Estado –ridículamente reducida por
académicos, publicistas y propagandistas capitalistas a una
atenuación de las políticas restrictivas que impedían la
libertad de expresión y la libre circulación de las ideas--,
y que más allá de sus anunciadas (y loables) pretensiones de
arrojar luz sobre los hechos del pasado y hacerlos más
comprensibles al pueblo en aras de la causa, para extraer
lecciones y no repetir los mismos errores, se transformó en
un lacerante proceso de exorcismo histórico que, al
cuestionar sin tino ni medida todo lo ocurrido en el país
desde 1917, se convirtió en un obsceno striptease político,
poniendo en tela de juicio la vida y obra del PCUS, de sus
sucesivas direcciones y de millones de militantes,
responsabilizándolos en un reduccionismo histórico sin
precedentes con todas las tragedias vividas por el
país…Además, la glasnost alimentó sentimientos
revisionistas y secesionistas…”
“La glasnost, que justificó la crítica
imperialista a la URSS y hasta las mentiras de la propaganda
antisoviética, redujo la libertad de prensa y de expresión a
libertinaje, impudicia y anarquía, por lo cual resultó
altamente contrarrevolucionaria y tuvo un papel
preponderante para desarmar ideológicamente al Partido y
desacreditar ante el pueblo las ideas y la historia que este
defendía…”
Y, por supuesto, si bien es cierto que no
es uno de los temas principales del trabajo, el autor
incursiona en las diferencias entre los procesos en Cuba y
la URSS, y las preocupaciones y posiciones de Cuba frente a
los fenómenos de la perestroika y la glasnost. Al respecto,
quisiera apuntar que antes de que en la Unión Soviética se
hablase de perestroika y glasnost, la dirección de nuestro
país se había percatado de la necesidad de rectificar el
modelo de construcción del socialismo en Cuba.
El proceso se anunció durante el Tercer
Congreso del Partido, en febrero de 1986, el cual se
aproximó a la causa de los problemas y trazó una pauta para
enfrentarlos de manera gradual, sistemática y profunda; tuvo
su desarrollo durante el VI Pleno de la Upec, el 26 de mayo
de 1986, donde se aprobó una estrategia para que los
periodistas y la prensa reflejasen los pasos del proceso; y
se concretó en la sesión diferida del Tercer Congreso del
Partido, que comenzó el 30 de noviembre de ese mismo año.
Al abrir la sesión diferida del Congreso,
Raúl Castro, entonces segundo secretario del Partido,
expresó: “Utilicemos consecuentemente esta oportunidad para
analizar la marcha del proceso de rectificación de errores y
las tendencias negativas que se habían venido expresando en
mayor o menor medida en las diversas esferas de nuestra
sociedad”.
Ese proceso fue conducido por nuestro
Partido todo el tiempo, celoso y vigilante siempre de que
no hubiesen giros bruscos ni excesos que pusieran en
peligro a la Revolución y su obra de justicia social y a
favor de las causas justas de todos los pueblos del mundo.
Ahora bien, a ese proceso le faltó tiempo.
Hubo que detenerlo, pues la caída del Muro de Berlín y el
derrumbe del socialismo en la URSS y en los países de Europa
oriental produjo un cambio en la correlación de fuerzas en
el mundo, y creó circunstancias bien adversas en el caso
específico de Cuba que, enfrentada a un doble bloqueo, no
tuvo otra opción que comenzar una etapa de resistencia para
salvar las conquistas del socialismo, la patria y la
revolución.
Lo dicho me parece suficiente para
llevarles una idea sobre los valores presentes en “Crónicas
del derrumbe…” Me resta solo recomendar su lectura, elogiar
la portada y edición hecha por Ocean Sur y reconocer el
trabajo de investigación, análisis y reflexión de nuestro
querido colega Pedro Prada en tema tan importante para los
pueblos que luchan por consolidar su independencia y
autodeterminación nacional.
Hay una lección que extraje de la lectura
de este libro: El periodismo no solo es útil en la
inmediatez, sino que también lo puede ser mucho tiempo
después de los acontecimientos.
(Palabras de Juan Marrero, Vicepresidente de la UPEC y Jefe de la página Internacional de Granma desde fines de los años 70 hasta mediados de los 90, en la
presentación del libro “Crónicas del derrumbe soviético. El
viaje del corresponsal de Granma 1990-1992”, 29 de enero de
2015, efectuada en la redacción del periódico Granma, con motivo de su 50 aniversario)
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