En 1990, cuando trabajaba en la revista Verde Olivo, decidí acompañar
a la periodista Elsa Blaquier que entrevistaría en su casa de Calzada de Tirry
81, en Matanzas, a la poetisa Carilda Oliver Labra, a quien las FAR habían
otorgado recién la Réplica de Machete de Máximo Gómez.
Me picaba la curiosidad por conocer a aquella mujer ya venerable y mítica, con una obra poética y una ética de vida revolucionarias –en el sentido más transgresor y moral de la palabra-, a cuyos pies se rendían los cubanos, robados por sus encantos intelectuales, físicos y humanos, y por su sentido del humor y vitalidad.
Me picaba la curiosidad por conocer a aquella mujer ya venerable y mítica, con una obra poética y una ética de vida revolucionarias –en el sentido más transgresor y moral de la palabra-, a cuyos pies se rendían los cubanos, robados por sus encantos intelectuales, físicos y humanos, y por su sentido del humor y vitalidad.