Buenos Aires ya no es
Buenos Aires. Esta ciudad de diez millones de habitantes está desierta, en
pausa. La avenida Corrientes, corazón de la vida comercial, con sus decenas de
teatros, cines, librerías y cientos de tiendas, es una rampa muda donde el sol
centellea arrojando la sombra larga del obelisco de la independencia.
Los anuncios
lumínicos están apagados. Cerraron los asados, pizzas y cafés con sus cortados
y medialunas. Falta el bullicio de los porteños y de sus miles de visitantes,
que hasta hace una semana iban y venían por costumbre, por amor, por
curiosidad, por deber y hasta por “boludeces”. Solo palomas, gorriones y
gaviotas se desplazan entre los edificios y parques en silencio, como animitas.