Acabo de hablar con un compañero de
la televisión, que me pedía uno de los temas del concierto, para usarlo hoy en
algo de la Cumbre de Panamá. Explicándole que aún no había podido escuchar el
sonido que salió en la transmisión y que antes de dar luz verde debía
revisarlo, me acordé del agudo comentario del segund@citero Romeo el que no escribe, y pensé que
valdría la pena empezar esta nota explicando que autorizar a que un concierto
salga en directo al aire, al menos a mi me genera un conflicto interno.
Y no es
por falta de facilidades de la televisión, con la que tenemos muy buenas
relaciones. Ha habido casos en que yo mismo he certificado el sonido que la
mesa nuestra le entrega al camión de la TV, pero cuando después lo han
trasmitido la música se ha escuchado chillona, horrorosa.
Un compañero técnico del ICRT me
dijo una vez que el criterio de transmisión se hacía pensando en que la mayoría
de los televisores de Cuba eran rusos, con bocinas de pocos centímetros, que
reproducen muchas frecuencias medias y altas, y que por eso se cortaban las
bajas. Además de dudar de que actualmente la mayoría de los televisores cubanos
sigan siendo rusos, a mi el razonamiento de este compañero me pareció un
despropósito, porque para una bocina pequeña yo enfatizara precisamente las
bajas frecuencias, para tratar de compensar el diámetro que le falta a la
bocina. Misterios de este mundo.
Pero, yendo a sustancia: Yo
participé en la Cumbre de Mar del Plata, con Chávez y Kirchner frente a Busch,
la que acabó con el intento de imponernos el ALCA y lanzó el ALBA. Hace apenas
unos días no sabía que iba a participar en la de Panamá, y hoy, ya en casa,
puedo contar el vértigo en pasado.
No esperaba la invitación, pero dije
que sí enseguida, como siempre he respondido a este tipo de llamados. La verdad
es que he defendido mucho que se acabe el bloqueo. Si he sido soldado de algo,
ha sido de eso. Primero por lo injusto, por lo cruel, por el enorme daño que ha
hecho al pueblo de Cuba y al desarrollo del país. Y es que ha sido un bloqueo
llevado a niveles exquisitos, una tortura de tuercas que no han parado de
apretar, lo que nos ha alimentando el básico instinto de la supervivencia.
“Soy enemigo de mi, y soy amigo de
lo que he soñado que soy”. Fue algo que canté hace mucho, y aún suscribo.
Vaya si hay cosas más importantes
que el sonido de un concierto. Ese es uno de los mínimos costes que suelen
tener estos grandes eventos, donde los músicos acaso somos detalles de color en
escenarios de verdaderos dramas. Pero qué privilegio participar en un evento
que resume verdades trascendentes para millones de personas. Qué bien saberse
parte de un esfuerzo que honra a la Historia continental, la que testimonia el
afán de justicia y los puros deseos de que todo, aunque sea a pasitos, cada vez
sea mejor.
Suscribo el discurso de Raúl, no
sólo por respeto al compañero octogenario que se ha jugado por su pueblo desde
que era un adolescente. Es que sólo dijo verdades. Así lo ratificará la
Historia, como lo hicieron varios presidentes, entre ellos Cristina, que me
aguó los ojos cuando dijo: Cuba
está aquí porque luchó por más de 60 años con una dignidad sin precedentes, con
un pueblo que sufrió y sufre aún muchas penurias, y porque ese pueblo fue
dirigido por líderes que no traicionaron su lucha. En ese momento, como dicen que
pasa cuando uno se muere, desfilaron en el recuerdo situaciones extremas,
vividas en todos estos años, rostros de conocidos y desconocidos que cayeron en
distintos frentes o se fueron luchando para que llegáramos a un día como hoy…
que no sé si logrará ser un fin o un comienzo, pero sé que se va a recordar...
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