Ayer se celebraron las décimo quintas elecciones de delegados municipales del Poder Popular en Cuba. Aparentemente se trata de un asunto interno cubano, y muchos así lo defendemos. Sin embargo, las elecciones en un país bloqueado, perseguido, demonizado, enlistado entre terroristas, como lo es Cuba, no son únicamente un asunto interno.
Las elecciones, en Cuba y en cualquier otro lugar,
son, ante todo, un acto de ejercicio de la soberanía nacional y la libre
determinación de un pueblo organizado dentro de un Estado nacional. Ambos
principios, unidos al de independencia, constituyen a su vez pilares
fundacionales sobre los que se levanta todo el sistema de relaciones
internacionales.
El acto soberano de votar, en ejercicio de un poder
residente en cada ciudadano, implica, al mismo tiempo, un ejercicio de
delegación de su representatividad en otro para que lo gobierne. Es una
negociación, en el marco de una estructura política y socioeconómica
previamente consensuada y codificada en una Constitución, y a la que, si se le
abren brechas, todo se arriesga.
Dicho esto, les cuento que hubo una vez un gran Estado,
hoy desaparecido, que se construyó, de origen, sobre estos mismos pilares y
que, por razón de sus propias deformaciones, claudicaciones, concesiones y del incesante
acoso externo, los fue minando hasta destruirse y desplomarse por sí mismo.
Es de esto de lo que tratan las CRONICAS DEL
DERRUMBE SOVIÉTICO, contadas sin complejos al cabo de veinte años por este que
fue corresponsal del principal diario cubano en Moscú, entre 1990 y 1992, y
cuyo final está por ver, como se afirma en la línea final del ensayo Sin el
Escudo y en las palabras de la rectora Isabel Allende.
Me han preguntado si no es tarde para publicarlas.
Creo que hay vivencias que necesitan asiento, distancia y estudio para ser
contadas, sobre todo si son teleológicas, para que no hagan daño. Por eso
agradezco a quienes al leerlas en su más primitiva versión, me instaron a
salirme del recuerdo telúrico para razonar más sobre los hechos.
Aquí está uno de ellos, el entonces Embajador en
Moscú, José Ramón Balaguer Cabrera, con quien tuve el privilegio de compartir
no pocos debates sobre lo que ocurría en la URSS, y cuyas recomendaciones me
guiaron tanto como las de otros consejeros críticos: el general de división
Ulises Rosales del Toro, el maestro de periodistas Guillermo Cabrera Álvarez y
la profesora e investigadora Magda Arias Rivera, entre muchos más.
No pocas veces he debido rebatir la idea simplista
de que el desplome de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas no se debió
a una gran conspiración imperialista y occidental, sino a una combinación mucho
más compleja de factores, entre los que, sin excluir lo anterior, estuvo también
la renuncia a la soberanía del pueblo y del Estado.
Deben saber también que al margen de los errores
cometidos –hasta hoy ninguno estratégico-, la revolución cubana tiene una ley
no escrita según la cual, ninguna decisión relevante se adopta sin consultar al
pueblo. No solo pueden mencionarse aquellos primeros años en que la Plaza era
un gran ágora, o recordar el secreto de la Operación Carlota, compartido por
millones. El debate y proceso ulterior de adopción de los lineamientos
económico-sociales es quizás la más reciente y también, la mayor y más profunda
expresión de ejercicio de soberanía de la forma más democrática posible, por el
mayor número de cubanos.
Recordarán los contemporáneos y lo estudiarán los
recién llegados al ISRI, a la Cancillería cubana o al Departamento de
Relaciones Internacionales del Partido, que en el ejercicio del
internacionalismo y la solidaridad internacional, Cuba nunca cruzó la raya que
limitaba nuestra actuación de las decisiones soberanas de los pueblos y
gobiernos receptores: Siria, Venezuela, Guatemala, Congo, Vietnam, Chile, Angola,
Etiopia, Nicaragua, El Salvador, Namibia, lo atestiguan.
Sin embargo, cuando en 1938 la URSS sentía acercarse
la amenaza del fascismo, Stalin pactó con Ribentrop en nombre de la paz y ocupó
a la vez una franja del territorio oriental de Polonia y los países ribereños
del mar Báltico, ampliando su territorio a cuenta de la soberanía de otros.
En 1953, cuando ya gobernaba Jrushov, la URSS
decidió instalarse definitivamente en el este de Alemania y de su capital,
Berlín, en el marco de la tirantez generada por los acuerdos de la postguerra
que establecieron la ocupación y división del país derrotado entre las
potencias aliadas vencedoras, pretendiendo resolver con un muro de hormigón lo
que las ideas no habían logrado.
Cuando la URSS invadió en 1956 a Hungría, la
soberanía de los cubanos había sido conculcada por una dictadura militar, y en 1968
cuando se tomaron a Checoslovaquia, Fidel, que ya había derrotado a la
dictadura usurpadora de la soberanía nacional, respondió con una pregunta que
nunca fue atendida (como no lo fue tampoco la que hizo en 1999 a la OTAN,
respecto a si extendería sus operaciones al hemisferio occidental).
Cuando Cuba asumió la presidencia del Movimiento de
Países No Alineados, en 1979, la URSS ocupó militarmente a Afganistán. Las
experiencias precedentes, incluso las nacidas bajo el estalinismo, habían
quedado codificadas bajo una doctrina que se denominó de “soberanía limitada” o
“Brezhnev,” por ser el entonces Secretario General del PCUS y Presidente de la
URSS su artífice principal, y que en la práctica, resultó una manifestación
“imperialista” de su política exterior, como la califica Fernando Rojas en el
prólogo.
Al actuar de esa manera unilateral –como también lo
hizo durante la crisis de Octubre de 1962, o se propuso hacerlo en medio de la
hecatombe el propio Yeltsin, convocando a la revisión de fronteras en 1991-, la
URSS impuso un modus operandi en política exterior que minó no solo su
autoridad y prestigio internacional y dañó la de sus aliados reales y
potenciales, sino que imitó a su adversario.
Al hacerlo, se apartó de los principios del derecho
internacional, al tiempo que relegaba al soberano –el pueblo- de la toma de
decisiones. Como los grandes acuerdos se adoptaban en la cúpula del poder –en
los marcos de la burocracia estatal-, una grieta irreparable se fue abriendo
entre gobernantes y gobernados, hasta enajenarlos a los unos de los otros.
Dicho así de breve, de eso trata este libro: de cómo
fueron atacadas las ideas y fundamentos del socialismo, del marxismo y del
leninismo en la URSS, cómo fueron destruidos el formidable partido y las
fuerzas armadas que forjó Lenin, y cómo la burocracia, la corrupción y la
apatía los secuestraron, destruyéndolos como armas de ejercicio soberano del
pueblo soviético.
Poder, Ideología, Política, Economía, Bienestar,
Seguridad, Cultura, Dignidad Nacional… Todo fue dinamitado en nombre de la
desideologización, la despolitización, la búsqueda del bienestar individual y
el empoderamiento de un pueblo, el de los sóviets, que había perdido el poder
soberano que conquistó en épica hazaña.
Esto último es de relevante actualidad para los
cubanos. Por ello el libro concluye con un ensayo, inspirado en esa
cincuentenaria joya del Che Guevara, que es El
socialismo y el hombre en Cuba, y que aproxima, a la inversa y como
acertijos, la experiencia vivida del derrumbe soviético, a la otra, heroica, de
la resistencia cubana, y las contrasta para que siempre pensemos y busquemos
respuestas con cabeza propia y no repitamos errores ajenos.
Nadie podía imaginar, en junio de 2014, cuando fue
puesto el punto final, que unos seis meses después, esas mismas nociones que
los soviéticos destrozaron, serían puestas a prueba para nosotros, al abrirse
una nueva etapa de relaciones con el adversario histórico de la Nación cubana:
pensamiento contra pensamiento, valores contra valores. Ese es el destino
histórico que nos fijó José Martí y no
tememos otra alternativa que no sea la victoria.
Pero estas CRÓNICAS no se agotan al llegar a los
versos de Silvio Rodríguez que obran de epílogo. Les adelanto que otros dos
tomos vienen en camino: uno resume varios de los trabajos publicados en Granma
en aquellos años, trazos de la renuncia y la conjura, acaso botón de muestra de
que, aun dosificada –más que censurada-, la cruel verdad siempre fue contada a
nuestro pueblo, por dura que pareciera. El tercer volumen contrasta
experiencias vitales de este corresponsal en los años de la petrestroika
soviética y del período especial cubano, cuya historia ya requiere ser escrita.
Entre esas últimas experiencias, hay una crónica inédita
escrita en 1998, que se preguntaba sobre el surgimiento de los posibles
Gorbachovses cubanos, la cual adquirió dramática vitalidad después de la
sacudida que Fidel nos dio a todos la noche del 17 de noviembre de 2005, cuando
se cumplían 60 años de su ingreso a la Universidad. No se las adelanto, pero sí
les sugiero que, al leer estas páginas y cada vez que se encuentren en los
meses y años venideros con exhortaciones a la prosperidad y el empoderamiento
del pueblo de Cuba, pero renunciado a la soberanía y libre determinación que
hemos ejercido como pocos, tengan en cuenta su autocrítica del socialismo
cubano y su claridad respecto a lo eterno y lo efímero del legado humano.
Recordemos que estamos aquí, publicando e
intercambiando de estas cosas, porque nuestros predecesores, nunca cometieron
el error de agrietar los cimientos del edificio nacional, ni se alinearon con
la caída de las fronteras, ni con el fin de la historia.
Estamos aquí también, porque sus nietas y nietos crecieron lo suficiente como para demostrarnos su estirpe al
hacer valer en Panamá que los derechos no se mendigan, sino que se ganan y se
defienden con ideas y hasta con la vida, siempre de pie.
Y podemos incluso hablar ahora de estas cosas,
porque el socialismo sigue siendo nuestra elección libre y soberana
–construcción heroica, nunca mejor dicho-, porque estamos comprometido con su
presente y futuro, y porque ya no es posible dar marcha atrás a la desmesura de
echarnos a los hombros a los pueblos de Nuestra América, que el Canciller Roa nos
encomendó hace 55 años, cuando abandonó de un portazo la vergonzante Asamblea
de la OEA donde Cuba sería juzgada.
Muchas gracias.
Palabras pronunciadas por el autor en la presentación del libro CRÓNICAS DEL DERRUMBE SOVIÉTICO: EL VIAJE DEL CORRESPONSAL DE GRANMA, 1990-1992, en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales del Ministerio de Relaciones Exteriores, La Habana, 20 de abril de 2015.
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